martes, 11 de octubre de 2011


...Se lo llevó el camión de la muerte...
María Carro

Nueve de octubre de 1936. Villanueva de Valdueza. Antonio Fernández González es asesinado a manos de un grupo de falangistas y enterrado en una fosa a pocos kilómetros del pueblo, en dirección al Campo de las Danzas. Tenía 24 años, mujer y dos hijos pequeños que nunca le conocerían. Nueve de octubre del 2011. Villanueva de Valdueza. Antonio Fernández González aparece. Un grupo de voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica encuentra sus restos en el mismo agujero donde un día fue tirado su cadáver. Sus hijos presencian la escena. Antonio y Constantino Fernández García ven a su padre por primera vez y lo hacen tras haber viajado desde Argentina, junto a la nieta del muerto, Adriana Fernández. 75 años después de su asesinato, el mismo día del aniversario de su muerte, El Cesterín —como le conocían en el pueblo— recupera su sitio en la historia y sus hijos el luto. Ya tienen un cuerpo al que velar.

Pocas veces el destino es tan caprichoso. La casualidad quiso que los voluntarios de la ARMH encontraran a última hora de la tarde del sábado los restos que llevaban tres días buscando y fuera ayer, nueve de octubre, cuando descubrieran su cráneo, retirando la tierra que lo ocultaba. «Nunca conocí a mi padre, tenía dos meses y algunos días cuando lo mataron. Nunca he visto una foto suya y hoy lo veo por primera vez, veo su esqueleto», explicaba intentando contener la emoción el hijo pequeño, Antonio, que apenas se lleva unos meses con su hermano mayor, Constantino. Los dos emigraron muy jóvenes a Argentina, tenían 16 y 17 años, eran huérfanos.

Ahora, con 75 y 76 años respectivamente han vuelto a su tierra para cerrar un círculo. Ahora enterrarán a su padre en San Esteban de Valdueza, en el mismo panteón donde descansan sus abuelos y su tío. Esa es su intención si la familia está de acuerdo. Su único propósito es «darle cristiana sepultura, que Dios lo tenga en la gloria y que por fin descanse en paz», explicó Antonio Fernández. Después seguirá otra lucha, pero esta de mano de Adriana, la nieta del asesinado, una de las personas que se ha sumado a la causa abierta por la Justicia Argentina contra los crímenes del franquismo y la verdadera artífice de que su padre y su tío hayan encontrado a su progenitor. Fue ella quien contactó con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Ella lucha, su padre y su tío claman justicia. «Creo que todo aquel que las hizo, tiene la obligación de pagarlas y si hubo gente que mató por matar, que paguen», espetó un hombre huérfano.

Un largo viaje con final agridulce. Los hijos y la nieta de Antonio Fernández González desembarcaron en España el pasado viernes. Viajaron desde Argentina unos días después de que la ARMH comenzara a revolver la tierra para encontrar los huesos de su familiar. Querían vivir en primera persona los trabajos y han podido escribir un final feliz en su cuaderno de bitácora. Se irán a finales de mes con la tranquilidad de haber encontrado lo que buscaban y con la única herencia material de una hebilla y un botón de nácar. Ayer no pudieron reprimir las lágrimas, especialmente cuando los vecinos más mayores, agolpados entorno a la fosa, recordaron los hechos de aquella tarde de octubre de 1936.

Nada hacía presagiar lo que iba a suceder. Quince días antes se habían llevado a doce vecinos de los tres pueblos que conformaban el antiguo Ayuntamiento de San Esteban. Ellos pertenecían a la gestora municipal. Del Cesterín no hay constancia de afiliación política o sindical. Lo que sí saben bien los vecinos es como murió. El «camión de la muerte» —como lo llamaban entonces— llegó a la plaza del pueblo. Allí, sus ocupantes increparon a Antonio Fernández González, lo hicieron salir de su casa y lo apalearon. Lo montaron en el camión ya moribundo y lo llevaron a morir a unos kilómetros del pueblo, en una cuneta. Esto cuentan los vecinos y dicen también que fue porque avisó al alcalde de que iban a ir a buscarle los falangistas. Una vez en la cuneta, ss asesinos le dieron dos tiros, uno en la mandíbula y otro en el pecho, entre las costillas ya rotas.



Los hijos y la nieta de El Cesterín, horas antes de encontrar sus restos

domingo, 9 de octubre de 2011

Hace un año que te fuiste sin maleta, así que he decidido enviártela. Te he metido una manta para que te tapes como sueles hacerlo cuando te recuestas en el sofá. También unos calcetines. Acuérdate de ponértelos si no quieres acabar con los pies fríos. En el neceser van la crema, el colorete y el pintalabios, también un cepillo para que te agüeques el pelo -sé que lo odias aplastado- y el perfume, con aroma fresco como a tí te gusta. No faltan los pendientes, pero me he quedado con el anillo, espero que no te importe, prometo devolvértelo cuando nos volvamos a ver. En el bolso lateral, he metido un portafotos con esa imagen de familia que tanto te gusta, yo me he quedado una copia.Enséñasela al resto, seguro que les  hace ilusion recordar ese dia. Tambien te dejaste las gafas, las necesitas para leer. Te he comprado una funda nueva porque la tuya se la ha agenciado papá. Ya sabes que lo pierde todo. Lo que no metí fue el móvil. Sé que quieres descansar.
No olvides que te queremos.

viernes, 26 de agosto de 2011

Rodrigo camina lentamente mirando al cielo. Llueve sobre mojado y la tierra empieza ya a rechazar el agua. De los árboles, las gotas caen sobre su rostro. Se siente limpio, puro, liberado. Entre sus manos entrelazadas, un recuerdo, papel. El mismo con el que escribió aquella bonita carta de amor, ya tan lejana, casi como de otro tiempo, de un pasado que apenas cuenta un par de horas. Camina y mira al cielo, busca el resplandor de un fino rayo de luz que consiga sobrepasar la tosquedad de las nubes grises, cargadas, amenazantes. Tiene esperanza. Lo encuentra. Es casi imperceptible, pero hace precedir que pronto escampará, que pasadas unas horas, el sol brillará radiante en un cielo que no corresponde a un día como el de hoy. Incluso hoy, el verde tiene cabida.
Rodrigo camina lentamente pero ya no mira al cielo. Tras encontrar la luz busca respuestas a su alrededor. Otros caminan lentamente junto a él, algunos no tan serenos, pero todos en la misma dirección. En fila, de uno en uno, escoltados hacia el infierno y rodeados de toscas camisas azules, cargadas, amenazantes. Ellos, quienes pasean, son la luz.

Sobre la mesa de la cocina, Luis dibuja en un papel mientras su madre prepara lentejas. Hace frío en casa, hoy nadie ha ido a por leña. Dos golpes secos anuncian a alguien tras la puerta. Es el cartero.


No hay dos  Españas, nunca las hubo, sólo una, la de la libertad.

lunes, 8 de agosto de 2011

Amigos

No recuerdo el día que nos conocimos... fue hace tanto...
No recuerdo cuándo nos vimos por primera vez,
ni cuál fue la primera palabra que escuché salir de tu boca.
No recuerdo fechas, ni minutos, ni segundos de aquel nuestro primer encuentro.

Todo lo demás lo recuerdo. Quizás no supe apreciarte al principio, no imaginaba que algún día serías el mejor de mis amigos. Tampoco creí que fueras a dejar de serlo.
Ahora sigues siendo tú (cambiado) y yo (cambiada) pero ya no hay un nosotros, camarada. De amigos a conocidos. De conocidos a invisibles. De invisibles a visibles. De visibles al presente, más de una década después.

miércoles, 13 de abril de 2011

Reconstrucción

Qué corta es la vida, ¿verdad?
                                              Entonces, por qué no disfrutamos.
Por qué no nos dejamos llevar, por qué tenemos miedo, por qué dejamos que nos aten, que nos corten las alas. Por qué vivimos como tenemos que vivir y no como nos gustaría hacerlo. Si nacemos para morir, si tenemos un principio y un final, si entre medias sólo hay tiempo, por qué lo desaprovechamos.
Por qué somos contables cuando queremos ser peluqueros, por qué tenemos peces cuando nos gustan los perros, por qué nos ponemos tacones si lo que queremos es ir descalzos. Por prestigio, por comodidad, por apariencia. No por felicidad.
La vida nos da golpes tan duros como para dejarnos cicatriz. Después nos compadecemos de nosotros mismos, vivimos de las rentas del dolor, morimos en vida, no vivimos para morir. Yo, la primera.
Quiero que cambie. Quiero sonreir sin tener que alquilar la sonrisa, quiero que la sonrisa sea mía. No quiero vivir en blanco y negro en la generación 3D.
Un día fui yo y al día siguiente dejé de serlo. Me desperté y todo había cambiado. Alguien deshizo el puzzle. Ahora sigo en el suelo, intentando reconstruir el rompecabezas. La base está colocada, las piezas empiezan a cuadrar. Son cimientos... pero es el  tejado lo que protege la casa.

Acabaré el rompecabezas, la torre de cartas de una baraja que está incompleta. Aprenderé a vivir sin uno de esos pilares que sujetan mi propia torre de marfil. Volveré a ser yo. Ya he empezado. Dicen que sigo siendo una adolescente.

lunes, 28 de febrero de 2011

Por qué lo llaman enfermedad larga...

Por qué lo llaman enfermedad larga cuando quieren decir cáncer. No lo entiendo. ¿Acaso existe miedo a contagio por pronunciación?¿Acaso es motivo de vergüenza?
Por qué escondemos un tumor maligno tras una definición ambigua, pero hablamos con total naturalidad de enfermedades como el sida, el párkinson, el alzhéimer o una simple gripe. Quién acuñó este nefasto sinónimo que para nada identifica la palabra real: cáncer -enfermedad neoplásica con transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada, segun la RAE-. Por qué tanta hipocresías con una dolencia que afecta cada vez a más personas en el mundo, que actualmente es el pan de cada día. Una enfermedad díficil de esconder físicamente pero fácilmente disimulable en los comunicados de prensa de aquellos famosos que la padecen. El cáncer es una enfermedad, sí, y lo es mortal en gran parte de los casos, por mucho que pasionarias como Esperanza Aguirre consigan que los periódicos digan de ella que es una mujer valiente, luchadora, prácticamente una heroína por decir que padece cáncer y que se va a curar. No todo el mundo tiene la suerte de ser la presidenta de la comunidad de Madrid y tampoco todos los enfermos de cáncer la fortuna de padecer un tumor de pecho detectado a tiempo y con amplias expectativas de superación.
En definitiva, el cáncer es cáncer y no una enfermedad larga. Qué pasa entonces con los pacientes que duran tan sólo un mes o incluso menos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Princesas, orines y miedo

Son exactamente las 0:12 de la noche. Yo escribo. Otros duermen, cenan, hacen el amor o simplemente follan. Algunos ven GH, los menos se decantan por  la 2. Son las 0:13 de la noche. Yo escribo y tengo miedo, otros duermen y sueñan, cenan y eruptan, hacen el amor y sonríen o simplemente follan y se corren. Ahora son las 0:14 y sigo escribiendo sin saber muy bien qué decir, salvo que tengo miedo. Y ni siquiera sé a qué. Creo que a todo. Son las 0:16 y sigo escribiendo por inercia. Veo que la idea anterior me llevó un minuto más que el resto, ya fueron dos. Se ve que el miedo me bloquea. Sí, definitivamente tengo miedo, pero mis neuronas todavía tratan de buscar una respuesta.

Son las 0.20, me he cansado de mirar el reloj. Hace 20 minutos que dejó de ser el día de Cenicienta. Un zapato de cristal se debate entre la vida y la muerte en la taza del váter de un bar. El príncipe no lo guarda entre cojines, lo orina y se ríe pensando a qué zorra acabará de joderle la noche después de haber olvidado el zapato en el retrete. Piensa: el polvo le salió caro, que tenga más cuidado la próxima vez que se folle a alguien en el mismo sitio donde yo voy a cagar.

Son las 0.25, Cenicienta llegó a casa. Descalza. Borracha. Con el rimel corrido. Sin bragas. Sin zapato de cristal. Sin príncipe. Con rana. Son las 0.26, el zapato cae al vacío y acaba en la alcantarilla del barrio de un borracho que hace seis minutos meó sobre el tacón de una princesa que todavía no sabe que lo es. Son las 0.28, los bomberos acuden a una llamada de emergencia. Un hombre con síntomas de embriaguez avisa de que su casa huele a orín y el suelo está inundado. Son las 0.29. El zapato piensa: que se joda el puto borracho que fue capaz de mear encima de mí.

Son las 0.35, sigo escribiendo sin saber bien qué decir. Pero, al menos, durante 23 minutos me he olvidado del miedo. Son las 0.36, yo empiezo a dejar de escribir, otros siguen durmiendo, la princesa ha vuelto a sonreír y un borracho achica agua con orín.