Son exactamente las 0:12 de la noche. Yo escribo. Otros duermen, cenan, hacen el amor o simplemente follan. Algunos ven GH, los menos se decantan por la 2. Son las 0:13 de la noche. Yo escribo y tengo miedo, otros duermen y sueñan, cenan y eruptan, hacen el amor y sonríen o simplemente follan y se corren. Ahora son las 0:14 y sigo escribiendo sin saber muy bien qué decir, salvo que tengo miedo. Y ni siquiera sé a qué. Creo que a todo. Son las 0:16 y sigo escribiendo por inercia. Veo que la idea anterior me llevó un minuto más que el resto, ya fueron dos. Se ve que el miedo me bloquea. Sí, definitivamente tengo miedo, pero mis neuronas todavía tratan de buscar una respuesta.
Son las 0.20, me he cansado de mirar el reloj. Hace 20 minutos que dejó de ser el día de Cenicienta. Un zapato de cristal se debate entre la vida y la muerte en la taza del váter de un bar. El príncipe no lo guarda entre cojines, lo orina y se ríe pensando a qué zorra acabará de joderle la noche después de haber olvidado el zapato en el retrete. Piensa: el polvo le salió caro, que tenga más cuidado la próxima vez que se folle a alguien en el mismo sitio donde yo voy a cagar.
Son las 0.25, Cenicienta llegó a casa. Descalza. Borracha. Con el rimel corrido. Sin bragas. Sin zapato de cristal. Sin príncipe. Con rana. Son las 0.26, el zapato cae al vacío y acaba en la alcantarilla del barrio de un borracho que hace seis minutos meó sobre el tacón de una princesa que todavía no sabe que lo es. Son las 0.28, los bomberos acuden a una llamada de emergencia. Un hombre con síntomas de embriaguez avisa de que su casa huele a orín y el suelo está inundado. Son las 0.29. El zapato piensa: que se joda el puto borracho que fue capaz de mear encima de mí.
Son las 0.35, sigo escribiendo sin saber bien qué decir. Pero, al menos, durante 23 minutos me he olvidado del miedo. Son las 0.36, yo empiezo a dejar de escribir, otros siguen durmiendo, la princesa ha vuelto a sonreír y un borracho achica agua con orín.
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