miércoles, 3 de noviembre de 2010

El hospital

Regresar a un hospital después de haber vivido en él la peor de las desdichas es como zambullir la cabeza en el álbum de las pesadillas. Los recuerdos -los malos recuerdos- se amontonan, se pelean por salir a flote, luchan encarnecidamente contra el subconsciente intentando rebajar a cenizas el muro de débiles cimientos que te ha dado tiempo a construir en pocos días para proteger el corazón y el alma misma de aquello a lo que los humanos llamamos dolor, tristeza, pena, angustia, desesperación. Regresar al hospital en el que el destino te arrebató la vida misma, dejándote huérfano de sentimientos, es el medio más rápido y eficaz que encuentra la mente para desmoronarse, para dejarse ganar, para dejar de hacer frente a lo que la psique impone: el duelo. Regresar a un hospital después de haber perdido entre sus cuatro paredes un trocito de tí mismo es, pese a todo, el primero de los pasos, tan sólo la primera prueba de una vida futura repleta de imaginarias minas antipersona, de cepos escondidos bajo capas y capas de hormigón cementadas por uno mismo y dispuestos a explotar a cada paso, con cada acción, con cada olor, con cada canción, con cada uno de tus recuerdos. Zambullir la cabeza en el álbum de las pesadillas es parte ya de mi vida.

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