martes, 30 de noviembre de 2010

De lo que opina el dictado sobre lo invisible

El otro día fui a misa. No era una misa normal... sí para la secta, no para mí, ajena a ella. Fui a una misa por alguien especial... muy especial... tremendamente especial... la más especial... la mejor.
Es triste, pero tuve que ir a misa. Al margen de los motivos que me llevaron a sentarme en el antepenúltimo banco de la iglesia de mi pueblo, lo que ví me puso los pelos de punta -como si fuera la primera vez-. No, no vi a Dios, ni a la Virgen, ni a ninguno de los santos que se han hecho famosos en la prensa rosa de entonces, la Biblia. Vi a un grupo de personas -la mayoría de avanzada edad- que se levantaba al paso del cura, se sentaba según el tono de su voz, se arrodillaba en penitencia y unía las palmas de sus manos mirando al techo -que no cielo- con total excitación. Vi como recitaban en alto, al unísono:

Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen;
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar
a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.

De punta, como escarpias... y no por la emoción de las palabras que escuchaba, sino por la convicción ciega con la que aquellos feligreses recitaban, de memoria, sin pensar, lo que la tradición les impuso. Quizás no sabían lo que decían, pero lo estaban diciendo... recitaban y de la unión de sus cuerdas vocales surgió una voz como procedente del inframundo, con eco...co... o... Me dio miedo, me intimidó, no encontré diferencia alguna con el islamismo más extremista al que tanto se condena en Occidente. Encontré una fé ciega y no en lo invisible -que probablemente exista... eso quiero creer-, sino en lo dictado, en lo escrito sabe el omnipresente por quién y quién sabe dónde. Me resultó espeluznante y los siempre creyentes me miraban de reojo cada vez que no rezaba, que no oraba en silencio, que no me arrodillaba y tampoco me levantaba. Permanecí impasible, fuera de lugar, se me vio forzaba. Sólo supe llorar... porque tuve que ir a misa, es triste, pero tuve que ir a misa por alguien especial... muy especial... tremendamente especial... la más especial... la mejor.

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